(Extraído de 20minutos.es)
Es fascinante que a pesar de todo el mundo siga girando y la gente no caiga,
o apenas caiga nadie. Miro a mi alrededor, al borracho que solicita mi taxi de
madrugada, al adúltero (anoche subieron dos: un policía nacional fuera de
servicio saliendo de un burdel y una mujer casada que insistía sin pudor en
invitarme a una copa) y me pregunto cómo harán para soportar sus
contradicciones, qué pensarán delante del espejo, en ese preciso instante de
acercarse al espejo para desmaquillarse o limpiarse los restos de la espuma de
afeitar. O cómo sobreviven algunos al efecto de las drogas, cómo se puede volar
tan alto y después caer de pie, sin daños colaterales, sin que te explote la
puta cabeza. O cómo sobreviven algunos al desamor, o al ataque irracional de
celos, o al “no soy capaz de olvidarte”, o a sufrir esa imagen de ella
perforándote el cráneo, día tras noche, noche tras noche, y que no te deje
dormir y que los clic, clic, clic del reloj de la mesilla sean ella, y que esa
mosca en la ventana sea ella y que si unes los puntos del gotelé del techo salga
su rostro o peor, su cuerpo junto a otro cuerpo que no es el tuyo. Es fascinante
que existan nuevas mañanas después de cada una de esas noches.
O convivir con la asfixia de no encontrar trabajo, o mirar en verde los
números rojos, o aprender de los errores igual que se usa estiércol para abonar
la tierra. Es fascinante.
Hay algo, llámalo estrella, que mantiene al mundo cuerdo, pendiente de un
hilo que jamás se rompe. Y eso, quieras o no, tranquiliza. Que la inercia
demuestre que, en el fondo, nunca pase nada cercano al GAME OVER, tranquiliza, o
al menos te hace ver las cosas, la gente, las
gárgolas de los templos, los iPads, los anuncios por palabras, el césped, los
antidisturbios o el taxímetro con ojos de asombro. Como un turista en
Plutón.
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