(Extraído de 20minutos.es)
Es fascinante que a pesar de todo el mundo siga girando y la gente no caiga,
o apenas caiga nadie. Miro a mi alrededor, al borracho que solicita mi taxi de
madrugada, al adúltero (anoche subieron dos: un policía nacional fuera de
servicio saliendo de un burdel y una mujer casada que insistía sin pudor en
invitarme a una copa) y me pregunto cómo harán para soportar sus
contradicciones, qué pensarán delante del espejo, en ese preciso instante de
acercarse al espejo para desmaquillarse o limpiarse los restos de la espuma de
afeitar. O cómo sobreviven algunos al efecto de las drogas, cómo se puede volar
tan alto y después caer de pie, sin daños colaterales, sin que te explote la
puta cabeza. O cómo sobreviven algunos al desamor, o al ataque irracional de
celos, o al “no soy capaz de olvidarte”, o a sufrir esa imagen de ella
perforándote el cráneo, día tras noche, noche tras noche, y que no te deje
dormir y que los clic, clic, clic del reloj de la mesilla sean ella, y que esa
mosca en la ventana sea ella y que si unes los puntos del gotelé del techo salga
su rostro o peor, su cuerpo junto a otro cuerpo que no es el tuyo. Es fascinante
que existan nuevas mañanas después de cada una de esas noches.
O convivir con la asfixia de no encontrar trabajo, o mirar en verde los
números rojos, o aprender de los errores igual que se usa estiércol para abonar
la tierra. Es fascinante.
Hay algo, llámalo estrella, que mantiene al mundo cuerdo, pendiente de un
hilo que jamás se rompe. Y eso, quieras o no, tranquiliza. Que la inercia
demuestre que, en el fondo, nunca pase nada cercano al GAME OVER, tranquiliza, o
al menos te hace ver las cosas, la gente, las
gárgolas de los templos, los iPads, los anuncios por palabras, el césped, los
antidisturbios o el taxímetro con ojos de asombro. Como un turista en
Plutón.
martes, 20 de noviembre de 2012
miércoles, 14 de noviembre de 2012
TERRITORIO
El tiempo tambien es un territorio. A cierta edad el tiempo que te quede por vivir será tu único patrimonio. Mientras seas joven no pasa nada si parte de ese patrimonio lo cedes de buen grado a otra persona, si lo malgastas o, incluso, si permites que cualquier idiota te lo arrebate. La vida te dará todavía algunas oportunidades para recuperarlo. Pero cuando el caudal empiece a agotarse no deberás permitir que nadie interfiera, fiscalice o coarte ese tiempo de tu exclusiva propiedad. Cualquiera puede ser rey de ese territorio invisible, solo que para llegar a dominarlo hay que dar un golpe de estado: si pierdes esa batalla ya no serás nadie. Un día, tal vez a causa de una depresión o porque el dedo de un ángel te haya tocado la frente, tendrás la evidencia del valor del tiempo que te queda antes de disolverte en el espacio. Será lo más parecido a una revelación. De pronto, descubrirás un hecho tan simple como éste: que la vida te pertenece a ti y a nadie más. Debes saber que nadie te va a agradecer el haber cedido la soberanía si no fue por tu gusto y placer. Habrás sido un esposo fiel, un padre ejemplar, una hormiga de oro para la empresa y un ciudadano honorable, pero no serás el tipo que un día decidió ser libre, ya que el tiempo también es la libertad. A partir de una edad no intentes volar en un ala delta ni correr los cien metros lisos a menos que te pongan un féretro en la meta. Hay retos más difíciles que uno debe afrontar cuando ya se divisa un gato negro en la línea del horizonte. Dios creó el tiempo, pero dejó que nosotros hiciéramos las horas. Ese pequeño territorio de cada día será imposible de gobernar si el tiempo no es tuyo y no eres tú quien marca las horas para regalarlas y compartirlas con esa clase de personas que te hacen crecer por dentro. Esa dádiva también será tu salvación.
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